Alba de Lucas ha sentido un afecto y atracción especial por las antiguas pinturas rupestres, inspirándose en la Cueva Prado del Azogue o la Tabla de Pochico, entre otras. Figuras zoomorfas de rasgos esenciales, que transmiten respeto por una vida diversa y ritualizan silencio y calma con la intención de cuestionar una civilización de excesos y derroches, con la pretensión de que la pintura nos vuelva al origen y nos ponga delante de formas primigenias que nos reconcilien con nosotros y con el entorno.